11.29.2010

Creo que podría pasar...

Cuando a la señora Mercedez le informaron que le quedaban 24 horas de vida se preocupó mucho pues habían demasiadas cosas que sentía que le faltaban hacer.

Después de pensarlo un rato, y con su familia afuera esperando escuchar que es lo que querría hacer en su último día en la tierra, la señora Mercedez hizo que todos pasaran y les comunicó su decisión:

"Me quedaré durmiendo, porqué así el más allá sea conocido como {el descanso eterno}, lo que más voy a extrañar, es poder echarme a dormir y saber que voy a soñar."

10.20.2010

nunca hay que olvidar

No es confianza ni fortaleza mirar frente a frente a los amigos a quienes injurias, sino desvergüenza, la más grave de las debilidades humanas. – Eurípides/Medea

10.19.2010

Cuando María admiró

María amaba a ese cantante desde el primer día en que lo había escuchado de casualidad cuando pasó por la oficina de su papá y lo escuchó escuchándolo.


Desde ese instante descubrió a que se refería la gente con “canciones profundas” por que cada conjunto de palabras que entraba por sus oídos al poner alguna de sus canciones, revoloteaba en su cabeza pero luego se le clavaban en el corazón.


María descubrió gracias a este señor lo que era admirar a alguien sin conocerlo, hasta ese entonces siempre que se burló de las “misses universo” siempre dijo que admiraba al Papa y a Vargas Llosa solo por compromiso… porque hasta la fecha solo sentía admiración por su mamá y su papá, pero ahora todo era tan diferente. Era la primera vez que le interesaba saber más de la vida de alguien que ni siquiera sabía que ella vivía.


Leyó todos los libros de su biografía y sus escritos, incluso el de los garabatos que hizo una tarde de primavera en un café de París después de que lo dejaran plantado.

Ella sabía que había sido importante para él, ella lo entendía como él la entendía a ella.


Por su interés desbordado por este personaje, sus familiares y amigos empezaron a identificarla con él: cada vez que salía en la tele le avisaban, cada navidad le llegaban muchos cd’s (originales) de él y cuando se corrió el rumor de que tal vez visitaría su país su teléfono fue de los primeros en enterarse.

Pero ella pensaba que era muy lejano aun, incluso le daba miedo verlo en vivo porque cada vez que se sentaba a ver el DVD de sus conciertos el corazón se le subía a la garganta y la comenzaba a ahogar con sentimientos que a veces preferimos esconder bajo la alfombra.


No llegaban mas noticias de su posible visita al país y durante el par de años que María lo conoció y re-conoció, había logrado que cada canción no la llevara sólo a lo que la canción tan perfectamente describía, si no que viajaba más allá, a algún momento de su vida, de lo más personal que podía existir, de lo más intimo que había vivido o que con toda su concentración, había imaginado que algún día viviría.


Entonces llegó el día, en primera plana “… AL FIN EN EL PAÍS”

Carajo

La única opción fue romper el chanchito, los chanchitos, a todos los animales de la granja pero la primera fila tenía que ser para ella y sus ilusiones.

Y compró la entrada el primer día y la miró cada hora para asegurarse de que no fuera un sueño… -me va a ver y va a notar mi admiración, de repente hasta le inspiro algo al artista-

Y se preparó emocionalmente para lo que sería la noche más desgarradoramente hermosa de su vida.


Parada ahí en la cola para poder llegar a su asiento el panorama empezó a cambiar para María al ver su pasión, tan de ella, tan única, compartida por las otras miles de personas que llenaban el estadio. Su corazón se arrugó y se sintió un poco tonta, luego se sentó y lo vio salir y una lágrima le bajó por el corazón por darse cuenta de que no la iba a mirar porque cada canción de él que ella adaptó a su vida, eran también parte del soundtrack de las historias de esas cientos de personas.


Y luego pasó, justo un rato después de que se desconectara del concierto para ordenar su cerebro que había sido atacado por estas ideas que lo cacheteaban preguntándole porqué no les había advertido de que su particularidad de compartiría esa noche, pasó que se detuvo a mirarlo solo a él, como si por arte de magia todos hubieran desaparecido.

Lo vió tan humano que no supo que pensar. Lo vió tan pequeño, tan él, tan ella, tan todos.


Lo miró dándole la mano a sus músicos y luego se vio dándole la mano a su enamorado, lo vio riendo y luego se encontró riendo ella de lo que estaba pasándole. Lo vió cansado porque ya iba más de una hora cantando y se acordó de que ella tampoco había dormido muy bien la noche anterior y su cuerpo la traicionaba. Lo vio sintiendo y sintió entonces que ya no era un “dios”.


“ÉL ESTABA EN EL MUNDO, LO ANALIZABA, LO SUFRIA Y DISFRUTABA, Y ESCRIBIA DE ÉL, Y YO, PRESA FORTUITA DE SU DISCURSO, CAÍ HECHIZADA POR EL MODO EN QUE LO HACÍA”*

Desde ese concierto lo vio con otros ojos y lo admiró aún más por poder hacerla sentir, siendo tan parecido a ella, todo lo que podía hacerla sentir; por poderla hacerla soñar, siendo tan solo un humano, como si ella tampoco lo fuera y los límites no existieran; por poder hacerla creer en algo tan grande siendo tan pequeño y sobre todo, por poder hacérselo sentir no solo a ella, sino a tantos miles de personas, y lograr de que se sientan únicos.

*J. Menéndez Flores: Sabina en carne viva.

9.30.2010

Indigestión de problemas

Se estaba comiendo los problemas sin pensar que algún día serían demasiados.
Ya ni podía dormir en las noches, la indigestión que le daban hacía que su cabeza no pudiera parar de pensar.

Se estaba volviendo loco

ya no podía ni moverse


Entonces un día se sentó a pensar... ya no podía meterse ni un problema más al cuerpo, quería vivir tranquila pero, ¿qué haría si alguien le pedía algo que lo pudiera acercar a algún problema? ¿Qué pasaba si alguien se metía con él? ¿Qué haría? ¿Se alejaría? ¿Se volvería un cobarde?

No llegó a contestar las preguntas que surgieron por que en el momento en que llegaron a él, exploto.

Como dije antes, ya no entraba ni un problema más en él.

9.19.2010

Como un cuento para niños para grandes.


Ella ya no tenía tanto miedo del cuco que vivía debajo de su cama y que hacía que aun a los 20 años le de miedo la oscuridad y se sintió feliz por eso. Pero al poco tiempo de poder caminar por la casa sin prender ninguna luz ni despertarlo para que la acompañe al baño, apareció un nuevo monstruo que le sacudió el piso.

Era el más grande, inoportuno y feo que había visto en millones de años, aun así no se hubiera fijado en este terrible ser de no ser por que este cuco quería ser visto.

Ella trató de ignorarlo varias veces, no solo por que creía que no valía la pena prestarle atención, si no por que temía que la creyeran loca si decía que este cuco se la tenía entre ceja y ceja. No se lo dijo a nadie, ni siquiera a él, por que en el fondo rogaba que se diera cuenta solito y le ofreciera, no solo acompañarla en la noche cuando todo ya estaba apagado para que fuera al baño, si no espantar al feo monstruo que la hacía temblar cada vez que daba un paso.

Pero como debieron suponer y por el tipo de historia que es esta, él no hizo nada… a veces saludaba al monstruo para evitar molestarlo, a ver si ya no fastidiaba más, pero esas cosas solo funcionan en los cuentos que las mamás preocupadas le cuentan a sus hijos para que no peleen en el colegio.

Sea como fuere, el nuevo gran cuco seguía ahí y ella ya se estaba empezando a cansar: ya no podía salir de su cuarto en las noches, cuando escuchaba cualquier ruido se tapaba con las sabanas y hasta empezó a volver a temerle a viejos cucos que la habían atormentado en el pasado.

Decidió hacer algo entonces cuando notó que este cuco se iba en serio contra ella, cuando se dio cuenta que estaba perjudicando su tranquilidad, su cantidad de sonrisas en un día, sus pensamientos día y noche… y sobre todo su relación con él, por que ahora se sentía mas sola que nunca en el mundo, y todos saben que eso no es bueno, por que le daba al monstruo lo que el monstruo quería, y este solo se alimentaba de su desgracia.

Decidió observarlo, lo conoció un poco más, le sonrió algunas veces pero siempre manteniendo su distancia, siempre examinándolo. Entonces empezó a descubrir que este cuco no era tan grande como quería parecer. Es mas, cuando lo miro directo a los ojos este no pudo aguantar ni un minuto y muerto de miedo movió la cabeza, pero ella pudo ver que estaba vacío completamente y que lo único que había era fuego que ardía dentro. Ese día fue clave para la historia, el cuco se debilitó al ver que era más difícil intimidarla ahora que ella lo conocía más.

Se achico mucho ese día, también perdió fuerza.

Las cosas iban mejor para ella desde entonces y le era un poquito más fácil espantar a los cucos antiguos que querían perturbarla. Pero faltaba algo, él.

Él, que siempre estaba a su lado y que paseaba por la oscuridad más tranquilo que ella, ya sabía de la historia por que una noche de desesperación ella se la contó. Resultaba que él había visto a este cuco ya muchas veces antes y lo conocía, pero nunca se le ocurrió que llegaría a hacer todo lo que había hecho, para ser sinceros, él, hasta ese día, no sabía o no quería saber que esa persona era un cuco para otra, y sobre todo para otra tan importante para él.


Hablando de él les contaré que cuando se enteró de todo no supo que hacer. A veces seguía sonriéndole al cuco e invitándole galletitas, galletitas y conversaciones que lo hacían crecer, por que este cuco crecía cada vez que veía la mirada triste de ella viéndolo a él no hacer nada. Algunas otras veces intentó ignorar al monstruo pero este buscó la forma de hacerse notar y de asustarla cada vez que pudo y luego voltear a sonreírle al resto.

- ¡EL CUCO TE QUIERE PARA ÉL! - Le gritó finalmente ella a él un día en el que las fuerzas se le habían acabado de tanto temblar de miedo. – Y yo no puedo ver esto… te quiero demasiado para ver como ignoras ese fuego que me está quemando. - Después de decir esto se le cayó una lagrima y caminó hasta la puerta – si el cuco te quiere a ti y me atormenta a mi lo mejor va a ser que nos alejemos, así ya nadie vivirá con miedo – luego se fue.

En la noche de ese día él durmió solo abrazando el espacio lleno de miedo que ella había dejado. No podía dormir, se tapó con sus sábanas y tembló como no lo hacía desde chiquito cuando pensó que había un cuco debajo de su cama. Tenía miedo pero no del cuco.

Tenía miedo de estar sin ella.

Se paró corriendo de un salto de la cama y salió de su casa aun en pantuflas y gritando su nombre. Corrió por todas las calles desiertas, esperó ver al cuco por ahí pero este ya estaba por otra parte, se había ido pensando que ya había logrado su cometido.

Llegó entonces él a la casa de ella y tocó la puerta tan fuerte que la despertó. El ruido la tenía aterrada, miro a su costado buscándolo pero luego recordó que ahora estaba sola… -debe ser ese cuco otra vez, ahora que quiere conmigo – cogió un palo de escoba y bajó las escaleras decidida – ya me ha quitado lo más importante que tenía en mi vida, ya no me puede hacer nada peor.

Tomo aire y abrió la puerta de golpe pero lo que vio no fue un monstruo, era él.

Los dos se quedaron paralizados por unos segundos sin saber que decir, luego el habló – si me permites – cogió su mano – quiero caminar contigo de la mano de hoy en adelante para que nunca más respires con miedo. Ya no hay más cucos a quienes temerle, ya no nos va a fastidiar ese monstruo nunca más por que ahora ninguno está solo.

Sabía que sus palabras eran ciertas y todos los miedos desaparecieron al apretar su mano, confiaba en él, confiaba en que la cuidaría y que no volvería a hacer nada para hacerla sufrir, confiaba en que se enfrentaría al cuco si hacía falta y no caería en sus mentiras o en sus trucos para volverse más grande y volverla más pequeña, confiaba en que de ese día en adelante, ya no le tendría miedo a la oscuridad ni al cuco de abajo de su cama.



[a veces ese cuco vuelve e intenta crecer alimentándose de lo que hemos construido, pero sé, desde hoy, que tú no dejaras que me toque ni que te toque nunca más, por que esos cucos, no valen la pena.]

7.13.2010

Una imagen vale más que 989 palabras...

El cuento empieza con una plomera que vivía en un pueblo tan pero tan lejano que era chiquitito ;y con un gigante bonachon que criaba ovejas moradas.


El cuento acaba así, justo como lo vemos en la foto... triste realidad.

7.07.2010

NO TE VAYAS

¡No te vayas! –grité con fuerza cuando me di cuenta que no estaba sola en aquel baño, y es que como siempre y después de tantos años, la había reconocido por su silencio.

No sabía si me haría caso, es más, ni siquiera estaba segura de si era en verdad ella o si solo era el viento que entraba dando pequeños pasos saltarines porque olvidé cerrar la puerta. Hubiera o no acertado, la curiosidad y la excitación de verla otra vez me hicieron pararme del inodoro aun helado y subirme el pantalón como mejor pude, tomando en cuenta que mi cuerpo se moría por salir a aquel esperado encuentro y que mis manos, inutilizadas por los guantes, aun temblaban de frío.

Cogí mi cartera con los dientes, lo recuerdo bien porque después de verla esta cayó al piso por culpa de mi boca sorprendida, haciendo un ruido ensordecedor por el eco de aquel tan grande baño vacío.
No había llegado aun a la parte donde estaban los caños cuando la vi ahí parada reflejada en un espejo, mirando hacia el piso, esperándome. Hubo una explosión adentro mío instantes después de ver su reflejo y ya luego nada volvió a ser como antes.

Sentí entonces un escalofrío tan intenso que solo mis ojos se animaron a moverse. Mi mirada la recorrió varias veces de pies a cabeza sin querer creer lo que veían: Sus botas rotas. Llevaba pegados pantalones de lana. Un vestido tan gris, tan triste, que casi me dolió verlo. Su pelo desgreñado tapaba su rostro pero un lunar en su mentón me ayudó a no dudar de su identidad. Un abrigo verde oscuro, casi tan verde oscuro como sus ojos, los que yo recordaba tan a menudo. Sus manos estaban cubiertas con unos guantes de lana que dejaban ver sus uñas negras acostadas en esos infinitos dedos que se movían impacientes contra el dispensador de jabón. Supe entonces, al verla así, que ella había venido buscándome y que no era yo quién la había encontrado.

Intenté acercarme a saludarla, intenté despejar su cara para descifrar que le había pasado. Quería ver si aún quedaba algo de ella bajo toda esa suciedad, bajo esa intranquilidad, bajo ese garabato que se presentaba adelante mío. Pero se safó y se alejó con un movimiento hostil y solo respondió a mi saludo moviendo aun más rápido los dedos contra aquel metal y mirándome fijamente a los ojos, aun así su pelo tapara los suyos, yo sé que me miraba directamente y ya me estaba punzando.

Frente a frente nos quedamos paradas sin decir una sola palabra, y el frío quemándome por dentro me hizo pensar que no teníamos tanto tiempo. Pensé que quizás era solo el frío del ambiente el que me hervía las venas, así que con dificultad volteé a ver si había dejado la puerta abierta y en efecto, me contestó que si dejando entrar hojas secas de esos árboles grandes que hay por ahí. Caminé lentamente hacia la puerta para cerrarla, pero probablemente Mariela (así se llamaba ella) no entendió y solo atinó a gritarme fuerte – ¡no te vayas! - Y no me fui.

Yo respiraba con dificultad, y mi respiración era lo único que se escuchaba en ese gran cuarto, hasta que habló por fin cuando volví a estar parada frente a ella. No sé que fue lo que dijo en ese momento, porque no estaba prestándole atención, solo quería hacer una cosa, y sin que pudiera detenerme, llevé mis manos hacia su cara y arrimé el pelo para verla a los ojos.
Ya no eran verdes. Ahora solo se veían dos mundos tristes totalmente negros.
Paró el sonido con los dedos de golpe, se cogió la cintura y movió la cabeza negando y tratando de sonreír. La ironía en su cara me hizo mirar hacia el piso.
-¿Por qué no me lo preguntas? – dijo con una voz ronca que nadie esperaría de una boca tan pequeña y delicada. Yo solo pude levantar los hombros porque sentí tanto miedo que no me atreví a contestar.
-Me sorprende que me reconocieras, sé que he cambiado – dijo sacando su mano de la cadera y llevándola nuevamente hacia la jabonera para continuar dándole ritmo a esa escena. – Fue por tu silencio – dije suavemente mientras ponía mi mano encima de la suya para parar el molesto sonido – fue por tu silencio –repetí – siempre lo he reconocido, siempre esperé que volviera.
Entonces sacó mi mano de un golpe, que sentí como el golpe de un gigante, y mirando hacia el techo me dijo entre dientes –Mi silencio tampoco es el mismo ya.

Notó, creo, que mis labios cada vez se apretaban más y que mi cuerpo ya no estaba solo invadido ese repentino y desconocido frío que hervía cada órgano de mi cuerpo, olió el pánico en mi cuello y me di cuenta que ella sabía que de ahora en adelante solo ella iba a hablar. Se había dado cuenta que yo ya empezaba a entender las cosas y que las cosas ya empezaban a matarme.
– Puedo notar que ya te diste cuenta que he venido a buscarte especialmente a ti, y no fue difícil, con lo emocionante que es tu vida… - agregó mientras se mordía una uña - supe que seguirás en el mismo país, con el mismo trabajo, en el mismo edificio…. Y con los mismos horarios. Pero no esperaba encontrarte en el baño ah… yo vine para arreglarme un poco, tampoco quería asustarte y no supe que estabas aquí hasta que escuché tu voz, a diferencia de ti, hermanita, nunca supe reconocer los silencios de nadie y debes aceptar que es raro encontrarte callada, y también un alivio.

La miré interrogándola y queriendo, casi rogando, que no estuviera aquí por lo que yo sabía que había venido, a decir verdad no lo esperaba, a ella si, pero el motivo, se había ido por completo de mí hasta ese momento.
Busqué en ella una expresión que me calmara, que me hiciera sonreír, como antes siempre lo conseguía, pero no encontré paz por ningún lugar en ella, así que me limité a pensarla en el pasado, en como había sido antes, cuando la dejé de ver. Recordé entonces que Mariela nunca usaba colores tristes porque ella era la alegría para todos. Me acordé que en el funeral de mamá fue la única que no lloró. Me acordé de sus zapatitos de charol, que siempre le compraron o le regalaron cuando niña, incluso cuando cumplió 15 años, siempre los zapatitos delicados, tan finos, tan ella. Y el lazo en el pelo haciéndole juego. Eternamente peinada, tan linda que los rayos del sol la perseguían para reflejar dorados intensos en su cola de caballo. Me acordé de su cara siempre sonriente, porque no era solo la boca la que deleitaba. Eran sus ojos sonriendo, sus cejas alegres, sus pestañas optimistas, su nariz jovial, sus pómulos tranquilizadores, su pequeño mentón con el lunar que ahora parecía lo único que le quedaba de ella.

Cuando vio que empecé a sonreír con aquella imagen mental me cortó de golpe con el ruido que hizo sonándose la nariz con un pañuelo ya muy usado. –Te he venido a contar una historia que pronto tendrá final – dijo mientras mi sonrisa empezaba a morir junto a su recuerdo –hace 15 años decidí irme de la casa, justo esa noche en la que pedirían mi mano ¿lo recuerdas?, cuando salí corriendo de nuestro cuarto sin más ni más diciendo que no aguanta más. Cuando me rogaste con lagrimas en los ojos “no te vayas”.

Era un día tan gris, tan oscuro, tan triste que salí corriendo de la casa para intentar contagiarme un poco, pero lo único que vi ya parada afuera del portón fue que las nubes empezaban a despejarse y el sol me encontraba ganando el juego de las escondidas, una vez más.

Caminé durante días en línea recta esperando encontrarme con una pared que detuviera mi caminó, pero como supuse, mi suerte siguió sonriéndome, e intentando alejarla de mí, solo seguí caminando. Pero nada nunca se me interpuso.
A la semana paré por que viendo a lo lejos noté que no iba a ningún lado, desde la casa, hasta aquel lugar había una línea recta perfecta sin nada en su camino, ni siquiera un poste, y seguía, probablemente, hasta la China. Me senté entonces en el piso a pensar que estaba buscando, porque me había ido así, tan de repente. Buscaba acordarme de lo horrendo que me había hecho dejar ese paraíso, y no encontré absolutamente nada que me molestara, por más que intenté… y tampoco me molestó no recordar… solo me acordaba de ti pidiéndome que no me vaya, pero cuanto más recordaba esto algo me decía que menos tenía que volver.

Pasé la noche bajo un puente cuando decidí voltear por primera vez a la derecha, fue la primera noche que dormía después de tanto tiempo. A la mañana siguiente encontré una nueva ruta y si, nuevamente encontré un camino perfecto en línea recta, maldita sea. Encontré comida por el camino, por si te preguntabas como sobreviví – me dijo acercando su cara hacia la mía, mi piel se comenzó a secar – si, una canasta llena fruta que alguien se olvidó después de un picnic, una bolsa de pan que se le cayó a un panadero, etc., ahora deja de interrumpirme con tus preguntas ocultas, esta historia quiero contarla rápido porque tal vez no queda tanto tiempo.
Como te decía, ese camino nuevo no era tan malo como el primero, dos días caminando hasta que sentí un dolor en el dedo más chiquito de mi pie izquierdo y casi siento tanta alegría por sentir un dolor por primera vez en mi vida que lo opaqué, pero no lo hice. Solo sonreí y me quité el zapato, si, el zapatito de charol. Pude ver la herida que comenzaba a aparecer en mi meñique, tan roja, tan nueva, tan dolorosamente linda. Ese era un buen camino.

Mientras Mariela hablaba mi cuerpo iba secándose cada vez más y nuevas arrugas en la piel aparecían cada segundo de narración. Pero cuando mencionó la pequeña herida en el pie, cuando contó eso, sentí como si alguien se hubiera metido en mí y ahora me arañaba por dentro con uñas casi tan largas como los dedos de Mariela. Paró su historia una vez más por mi culpa – siéntate mejor, no quiero que interrumpas esta historia desmayándote –dijo señalando el piso mientras acomodaba su abrigo para que no me calara el frío de las mayólicas –continuaré con mi historia ahora y no puedes interrumpirme porque sé que nada pasará antes de que acabe, trataré de acortarla.
A ver, en resumen, seguí caminando por días ese nuevo camino, mis pies cada vez tenían más heridas y mis pequeños zapatos ya casi habían desaparecido por el roce contra el piso. El sol ya no me encontraba tan rápido tampoco y si bien seguía encontrando comida para no morirme de hambre, cada vez se me hacía más difícil y cada vez eran sobras más pequeñas - . Vi como se le abrían los ojos al ver que mi pelo se cubría de canas gruesas que aparecían como sí en un minuto pasaran 100 años. Miró hacia un costado, tomo aire y luego me volvió a ignorar continuando con su historia. –Pero aun no era hora de volver, por que aun me sentía contenta, la gente de la calle aun me sonreía y sobretodo porque mis ojos seguían sedientos de lagrimas de tristeza.

Llegué, no sé cómo ni cuando, a un lugar del cual nunca quise saber el nombre, donde la pena era el plato del día e intenté contagiarme. Estuve ahí mucho tiempo viviendo en las peores condiciones que puedas imaginarte. Empecé a descuidarme físicamente cada vez más, primero a propósito, luego las cosas siguieron su curso, no quería inspirar nada de lo que había inspirando antes en mi vida, quizás solo nauseas, aunque sea indiferencia.
Busqué denigrarme lo más que pude, en todas las formas posibles, trabajé como la puta más seria y tosca del pueblo, pero los hombres siguieron prefiriéndome, me decían que los llenaba de vida así los insultara y les dijera lo repugnantes y bajos que me parecían; solo por eso lo dejé.
Lo peor de todo era que por más bajo que cayera algo me hacía no derrumbarme como yo quería, creo que era, por mas raro que te suene, que te extrañé todo el tiempo pero que no se sentía mal y en parte no pensaba volver hasta que ese dolor por tu ausencia me carcomiera por dentro.
Y a pesar de todo lo que hice por poder sufrir como los humanos lo hacen, muchos días el sol seguía saliendo.

Me casé con un hombre violento que abusaba de mí física y verbalmente, y tuve 3 hijos con él que quise con mi alma entera. Aun así cuando los dejé no me dolió lo suficiente, y hasta pasó por mi mente que matarlos hubiera sido quizás la solución a lo que yo buscaba, pero no tuve el coraje.
Caminé entonces hasta otro pueblo, y luego otro y otro. Siempre haciendo lo mismo, con heridas en los pies, o quizás buscando cosas peores, ya casi no recuerdo… … y la gente de mierda seguía saludándome cuando me veía por la calle, seguían sonriéndome y lo único que yo buscaba era que alguien sintiera asco de mí.


Mariela hizo una pausa cuando ya sentada en el piso, viéndome como una anciana de 90 años e incendiándome por dentro yo ya no pude aguantar el dolor que sentía en mi vientre y grité –ya falta poco, espera – me dijo y luego volvió a meterse en su mundo. –Después de 14 intensos años me di cuenta que no iba a lograr lo que quería, que para mi era simplemente imposible dejar de sonreír, de tener suerte, de ser feliz. Entonces decidí volver, a hacer lo que mejor sabía, sonreír, estarme quieta y alegrar a la gente a mi alrededor. Ser la muralla de todos y nunca poder derrumbarme, volver a ser odiada por todas las chicas que querían ser como yo mientras yo rogaba ser, por tan solo un segundo, tan desdichada como ellas.

Entré entonces al cuarto en donde vivía en ese momento y me miré en el espejo, exactamente igual como me veo ahora, quizás un poco menos cansada y con una sonrisa, esa vez aun tenía una sonrisa y era por la decisión que acababa de tomar. Te vería nuevamente, y esa alegría me dio asco. Me asusté. Pero me dio asco pensar en ti, y más miedo. Entonces recordé el día en que me lo dijiste… justo como tú lo acabas de recordar… supe que tú habías sido quién me dio esa maldición y me dio mucho más asco aun. Por tu culpa yo no podía dejar de sonreír, por tu culpa no sentía nada que no fuera felicidad. Me dio más repulsión todavía el saber que era por ti y yo extrañándote, yo queriendo volver para alegrarte, por tu culpa me volví incapaz de hacer nada mas que ser un apoyo emocional para la gente que realmente sentía. Mi sonrisa desapareció y un dolor en el vientre me atacó, ese mismo que sientes ahora tú… y luego otro en el pecho que no había sentido antes. Mis ojos se mojaron con las lagrimas que tanto había esperado y aun así, ya no pude sonreír. Lloré… lloré y lloré hasta que ya no me quedaron lágrimas y mis ojos se secaron y se pusieron lo más negros que pudieron… y entonces vine a buscarte.

Lo he logrado hermana, y creo que por la historia que acabas de escuchar sabes que no fue fácil, pero a pesar de ti, lo he logrado. Soy la tristeza en persona y vengo a cobrarte, un año entero caminé esperando este día y ya ha llegado.

Acabó de hablar y mi cabeza cayó al piso de golpe, como una pelota sin aire, y rebotó junto a mi cartera. Y luego, ya no pude controlar mi cuerpo. Sabía que ella había querido tanto que llegará este día que le hubiese gustado poder alegrarse una vez más al verme así.
Nuevamente nos quedamos envueltas en frío y silencio. El panorama era totalmente gris y solo el rojo de la sangre que me salía por la nariz unida con la que salía por mi boca hacia contraste con los invernales colores.

Pasó por encima mió para llegar hacía la puerta, casi ni levantó las piernas porque yo me había reducido a la mitad en mi tamaño. Por lo que escuché en su silencio, creo que se volteó a verme. Y entonces se cumplió la promesa hecha hace tantos años atrás, cuando murió nuestra mamá. Ese día entré al cuarto de Mariela para darle la noticia. La vi tan contenta, tan linda, tan llena de vida jugando con su muñeca que me dio miedo verla llorando por la noticia que debía darle. Entonces antes de hacerlo le dije que ella era la alegría de todos aquí, que ella era la felicidad en persona, la tome de los hombros y con toda mi tristeza le dije que ella no podía llorar, no debía, porque sino todos nos derrumbaríamos… y le dije, le dije que el día que ella dejara de ser feliz, yo moriría. Y ella no lloró.

Pero ella ya había logrado dejar de ser feliz, y ahora tocaba mi parte de la promesa. Entonces Mariela, antes de terminar de irse del baño me miró… me miró como quien no quiere que me vaya. Volteé con toda la fuerza que me quedaba y la miré a los ojos, la mire como diciéndole “no te vayas” porque en verdad, tenía miedo, un segundo después, yo me había ido de este mundo.

7.01.2010

MARTES EN LA MORGUE

La situación era la siguiente, a Catalina la habían despertado de su siesta a las 3:33 de la tarde un martes en el que no provocaba hacer nada y menos ir a la morgue.


Había llegado sola en un taxi azul con luces moradas dentro, que se había aprovechado de su estado de shok y le había cobrado 8 soles más de lo que debía. Luego, Catalina había esperado 24 minutos sentada en una salita blanca con sillas de metal que le enfriaban desde el poto hasta los pensamientos mientras pensaba en que a ella le daban muchos nervios los muertos.

A las 5:22 que la llamaron para entrar al fin a la oficina del policía ya había conocido a Laura, una pequeña mujer con la que estuvo hablando y con la que había creado un nexo especial.

Ya había pasado por la oficina del policía y ahora estaba parada en la puerta de aquel cuarto tan vacío de vida, era la hora de identificar el cuerpo de su novio.


Debo hacer una aclaración para que se entienda mejor la situación y para esto tenemos que volver a Laura, la chica que Catalina conoció en la salita con sillas frías. Importante es este encuentro porque Catalina nunca se había sentido tan sola un martes hasta conocer a Laura, la cantidad de cosas que compartían y tenían en común en una situación tan rara como la que vivían las hacia no querer separarse una de la otra. A las dos las habían despertado de su siesta, a las dos les daban nervios los muertos, las dos estaban ahí para reconocer el cuerpo de sus novios y es más, después de hablar mucho habían descubierto que se trataba del mismo novio.


Antes de seguir, ahora debo solo recalcar que toda esa “magia” de la que hablé que se había creado entre Laura y Catalina había desaparecido cuando se enteraron de este pequeño pero significante detalle y ahora estaban en guerra. Y con guerra me refiero a que en la oficina del policía se pelearon por la única silla que había, firmaron el mismo papel para no ser quien firmara la copia y habían respondido la mayor cantidad de preguntas sobre Alfredo (así se llamaba el novio) que habían podido y esto no hubiera sido malo si es que no se hubieran inventado la mitad de las respuestas solo para poder responder antes que su contrincante.


Ahora si continuo, Catalina, parada en la puerta empezó a recordar todo lo que había vivido con Alfredo y como el enterarse de Laura cambiaba todas, absolutamente todas las ideas que tenía sobre su relación con él. Pensó a las 6 en punto, que quizás sería mejor irse para no hacer más difíciles las cosas, pero el empujón de Laura que había salido al baño y ahora intentaba llegar al cuerpo primera la hizo olvidar estas ideas pacifistas y correr atrás de ella para tocar el cuerpo primero.


La emoción, sensibilidad y nervios no fueron sentimientos que llenaran la sala entonces. Catalina vio como Laura sacaba la tela que cubría el cuerpo sin vida y entonces ella empezó con su ataque –Reconozco esta cicatriz, esta que tiene acá en el brazo, se la hizo mientras cocinábamos para nuestro tercer aniversario-. Catalina terminó de hablar y pudo ver fuego en los ojos de Laura, sonrió satisfecha mientras esperaba el contraataque. Entonces Laura se acercó al pelo del cadáver y lo olió profundamente – yo reconozco este shampoo, lo compramos en nuestro viaje a Europa el año pasado, siempre lo usábamos cuando nos bañábamos juntos.

Catalina reconoció que su contrincante era buena e inmediatamente buscó alguna otra marca en el cuerpo para hablar de esta y luego Laura le respondía buscando otra y contando otra anécdota y así siguieron hasta no poder encontrar más marcas en su cuerpo.

El policía dejó la sala porque ya le dolía la barriga de tanto reírse y les hizo la seña de que esperaría afuera del cuarto.


Las dos mujeres estaban cargando el cuerpo a las 6:30 para que Catalina pudiera demostrar que él tenía un lunar con forma de huevo frito en la nalga derecha, cuando de pronto se abrió la puerta del cuartito de golpe y la imagen que vieron las hizo tirar al cadáver y quedarse pasmadas.

Catalina vio como Alfredo, al verlas juntas, trató de salir del cuarto pero el policía (que no podía más con la risa) parado en la puerta no lo dejó salir. -Sr. Alfredo – dijo el policía - lo dejo aquí con su novia y… su otra novia y por favor explíqueles que ha habido un error y que no es usted quién está muerto, suerte. Luego salió de la sala y cerró la puerta.


Antes de levantar al cadáver del piso o de decir ninguna cosa Catalina le preguntó a Alfredo si no tenía nada que contarles, Laura movió la cabeza afirmando.

–Pero claro – dijo Alfredo a las 6:59 mirando directamente al cadáver – me olvide de contarles que… tengo un hermano.

5.07.2010

De lo que recuerdo, tu historia

Cuando mi vista pasó por él lugar donde ella estaba sentada se pasó de largo al siguiente asiento del micro. Luego al siguiente y así hasta que me di cuenta que tenía la descripción de todas las personas que estaban ahí sentadas menos la de ella.

Retrocedí entonces con los ojos y la volví a ver, de pies a cabeza y de cabeza a pies, pasando por sus zapatos azules, o rojos, o morados. Por su falda, o pantalón. Por su polo de manga larga, o corta o cero. Por su pelo que era rubio, o castaño, o negro y extremadamente largo, o corto.



Toqué la punta del lápiz con mi lengua y me lastimé, de eso si me acuerdo con exactitud, y luego la apoyé encima del único espacio del papel que quedaba libre entre un mar de descripciones.

Por primera vez en la vida, o en la vida que recordaba hasta ese momento, no salió de mí ni una sola palabra. Mercedes Rojo Acosta, nombré del que me enteraría meses después, había frustrado mi nuevo proyecto con su cara tan olvidable, con sus gestos tan neutros, tan poco (o nada) inspiradores, con su vida tan copada de desinterés por mi parte, con su figura que solo ocupaba un espacio negro entre las miles de figuras que yo había descrito y vuelto a inventar, y su historia, su historia que era una gran incógnita para mí, y no me refiero a su historia de verdad, sino a la que yo tenía que inventar sobre ella, era completamente inexistente y lo peor de todo, es que no me interesaba ni un poquito.


Al decidir no darme por vencido, empecé a pensar que hubiera hecho un escritor famoso y no un novato como yo que se propusiera crear personajes de todas las personas que se le cruzaran en el día a día. Que hubiera hecho uno de esos grandes y reconocidos escritores europeos al ver a una chica tan y tan poco misteriosa en un metro en Madrid. Entonces eso mismo haría yo en la 35 camino a mi casa, en Lima. Empecé por observarla detalladamente: lunares, cicatrices iban apareciendo ante mis ojos según recorrían su pálido (o bronceado) rostro y según iban avanzando a otra parte de su cara, los rasgos que ya había visto se iban por completo de mi cabeza. No servia.

Pensé en otra cosa, de repente examinar su ropa, sus manos, como se sentaba, hacia donde veía y nada, nada podía venir a mí de todo lo que estaba viendo, ni una palabra escrita, ni una silaba posible en mi cabeza, nada.


La frustración tocó mi puerta por primera vez ese día, lo recuerdo como si hubiera sido ayer, pero no recuerdo si ella se bajó antes o después que yo. No me acuerdo tampoco donde se subió ni en que asiento estaba sentada. En verdad ni siquiera recuerdo si estaba parada o si estuvo allí. Ese día cuando llegué a mi casa mi mente la había eliminado por completo, solo recordaba que había algo de lo que me quería acordar, esa sombra negra, sin forma, sin nombre, sin historia me pedía a gritos que le encuentre una, que la acomodé y que le de una razón. No pude dormir.


Pensé que todo era parte de mis rarezas por las cuales mis amigos siempre me dijeron que yo terminaría como pintor o escritor o hasta músico, por las cuales juré que jamás terminaría en una oficina con saco y corbata. Por esos pequeños detalles que yo solo notaba y que daba vueltas en mí durante días y crecían y crecían haciéndose cada vez más importantes en mi vida. De repente sí, todo esto era una obsesión creada por mi cabeza. Y pensando que todo fue creado por mí, que ella fue creada por mí y que había sido solo una chica sin importancia, me sentí aliviado. Hasta que 3 meses después la volví a ver.

Esta vez llevaba un vestido o un buzo increíblemente negro. La blancura de su ropa fue seguramente lo que me llamó la atención. La vi desde lejos en un supermercado cuando hacía el mismo ejercicio que aquella vez en la 35 camino a mi casa. Y sé que la reconocí porque mi lápiz se quedó sin palabras en ese momento. Carajo, la obsesión había vuelto; mi silencio, también.


Los meses que siguieron la vi muchas veces, casi a diario cuando descubrí que era mi vecina, y que lo había sido desde hacía 14 años. Gracias a mi mamá me enteré de su nombre, Lucía Salazar Rivera, y este, para variar, no me dijo nada.

Salía todas las mañanas a mi ventana a verla caminar hasta el paradero, o salir en su carro o en su bicicleta, no recuerdo. Y me prometí no volver a escribir una sola palabra hasta que sea sobre ella y creo que la convertí en la más grande, frustrante y hermosa de mis obsesiones. Sus pasos, su mirada, su risa, nada, no me decían absolutamente nada, no se qeudaban en mí, no me parecían interesantes, no tenían principio ni final y yo sufría por darle la historia que merecía, o sobretodo, que yo merecía escribir.


Pasaron los años y me mudé de la casa de la que ella era vecina, pero la seguí viendo a diario en mi nueva casa, porque también era de ella, ya que habíamos prometido que todo lo de ella sería mío y todo lo mío de ella. La veía despertar a mi costado todos los días y era su beso el que me llevaba antes de irme a trabajar a mi oficina cada mañana (con saco y corbata). Rogué todo ese tiempo que la maldición desapareciera, rogué poder darle su historia a la mujer que mas amaba ahora en el mundo y que sentía tan mía y tan desconocida.


Me quedaba horas mirándola, en la cama, en la ducha, mientras desayunábamos, en el altar. Y ella nunca entendió el porqué. Solo me sonreía, o lloraba, no me acuerdo y yo solo la miraba con la punta del lápiz mojada con mi saliva y apoyada en el papel, inmóvil. E inmóvil porque yo había prometido algo y por esa promesa fue que no volví a escribir desde el día en que Ana Belén Rojas se cruzó en el camino de mis ojos en la 35 yendo a mí casa y corto mi lengua, mi mano y mi cerebro, desde el día en que empecé a enfermar por no poder darle lo que necesitaba.

Y la veo ahora y moriría por tener el lápiz en la mano en este momento, pero estoy muerto, y los muertos no hacen esas cosas, solo comen las sobras de los funerales y observan. Y yo solo la observo a ella, y solo a ella porque es la única que queda en esté pequeño y oscuro cuarto que tanto huele a flores y penas.


Quién diría que su historia siempre estuvo delante de mí y en mis manos, quién diría que su mirada ahora, en este preciso momento me expresaría todo lo que yo debí ver en el pasado. Existió creo para darle a mi vida esa neutralidad que le faltaba, ese último punto que va al medio y que logra el equilibrio pero que siempre ignoramos porque lo que vemos son las cosas más grandes, por lo menos yo. Y fue lo que necesité para poder existir y para poder dejar de escribir y sentirme el mejor escritor. Yo tenía su historia y eso es suficiente, y fui parte de esta y ahora puedo verlo en sus ojos, todo ese amor y esa tristeza que me hacen corroborar todo lo que ahora me hace quedarme tan tranquilo. Aquí echado tengo frío, no tengo un papel y no puedo dejar de verla, se pega al vidrio y estamos casi cara a cara, luego aprieta los puños y a mi se me aprieta el corazón. Toda esa tristeza, o felicidad, o tranquilidad… o desesperación que vi por última vez en su rostro, ahora que ya dejó el salón, ya no lo recuerdo.



5.06.2010

En la oscuridad.

Apretados en la oscuridad, Juan pudo sentir como Pedro se movía a su costado hasta llevar las manos a su boca. Ya sabía que iba a hacer, no era para taparla, era para conseguir más sonido. Trató de detenerlo pero fue inútil, intentó, claro, golpearlo para que no lo haga, pero estaban ahí ya media hora y el intento de mover su mano solo le trajo un calor que lo obligo a dejar de moverla y luego sintió hormiguitas caminando por todo su brazo.


-¡El pueblo, unido, jamás será vencido!- sin mas herramientas que su voz, Juan susurro a Pedro, que otra vez empezaba con la cantaleta – baja la voz pues… nos van a escuchar - Pedro volteó a ver a su amigo, y aunque no vio nada porque estaban encerrados en la oscuridad, lo miró con reproche, tanto, que si Juan hubiera podido ver esa mirada, se hubiera sentido avergonzado. - ¡no seas gallina! Esto es por algo justo. – Ya sé- Juan bajó más la voz – ya sé… pero no me digas gallina pues… - Pedro creía con firmeza que su amigo estaba listo para ser un hombre, pero que tenía miedo, solo podía ser duro con él para lograrlo. Entonces habló como si no le diera pena notar lo asustado que estaba – ¡Entonces compórtate como un hombre! ¡Vamos! ¡Grita conmigo! ¡El pueblo, unido -¡SHHHHHHHH! – Juan lo interrumpió tapándole la boca, ya que ahora, después de hacerse masajes por todo el brazo, su mano ya no estaba adormecida – ¡SHHHHH! Ya pues Pedro… nos van a atrapar.

Pedro lo meditó un rato antes de responder, no sabía si debía ser duro, no estaba funcionando, así que decidió se más rudo.-Ya te dije que esa es la idea y que te comportes como hombre… o sino – ¿o sino que? - Pedro se sintió orgulloso, algo ofendido por la falta de respeto siendo él el líder, pero orgulloso, había logrado ver algo de carácter en su amigo. Ser duro servia. - sino… te digo gallina… frente a todos – pero es que no me puedo comportar como hombre – le dijo Juan con vergüenza – ¿y porque no? – le pregunto Pedro gritando – ya pues no grites… no me puedo comportar como hombre porque tengo 9 años - ¡tienes 10 Juan, 10! - Hubo un silencio que rebotó en las paredes del baúl donde se encontraban y se volvió cada vez más fuerte e incomodo.

-Perdón – dijo al fin Pedro, él sabía que Juan odiaba recordar su décimo cumpleaños, porque fue donde su abuelita y hubieron juegos inflables, y hasta un animador, una vergüenza comparado a los 9 en el Bembos. Pero ese percance no lo pararía en su misión – Juan, sea como fuere tienes más de 9, y eso te hace casi un hombre, como yo. – Sabía muy bien que Juan no era como él, que ya llegaba a los 11, y Juan también lo notó. – Tú ya tienes 11 y cumplirás 12 este año, hasta mandaste una invitación por ¡I.n.t.e.r.n.e.t! Mi mami… - se corrige nervioso- mamá- otra vez, mas serio – madre, mi madre me contó, informó. –

Pedro sabía que lo mejor ahora era ignorarlo, así que habló sin hacerle caso – Hoy los dos somos hombres, un niño no haría lo que estamos haciendo… ni siquiera por una causa tan importante, un niño no se sentaría en la oscuridad! Un niño – Juan lo interrumpió, nuevamente, tapándole la boca – shhh… ya ya si, pero baja la voz, vamos a ser hombres… pero en silencio, hablando bajito – el silencio que vino a continuación fue aun mas incomodo que el primero, Juan se sentía realmente estúpido, pero a la vez, tranquilo hasta que -¡el pueblo, unido, jamás será vencido! ¡El pueblo, unido, jamás será vencido! – Mientras gritaba Pedro cogió la mano de Juan y la golpeaba contra las paredes del baúl al ritmo -¡vamos Juan, defendamos nuestros derechos de hombres libres, vamos a hacer una revolución! – ¿revolución? ¿Hombres libres? ¿pueblo? Yo solo soy un niño escondiéndose de su entrenador.


La magia había acabado, Pedro soltó la mano de Juan con desilusión, Juan abrió el baúl y salió, bajo el rayo de luz que entró, Pedro pudo ver la vergüenza en la cara de su amigo, y las lagrimas que caían por sus mejillas, por la luz después de estar tanto tiempo en la oscuridad, claro.

Pedro se sentía solo, se iba a acomodar en el baúl que ahora se sentía tan grande, cuando de repente sintió que la tapa se abría nuevamente. ¡Era Juan! - ¡volviste compañero! – Pedro gritó emocionado e impulsivamente lo abrazo fuertemente, y mas fuerte lo empujó contra la pared al darse cuenta que acababa de abrazar a un niño. Sobándose la cabeza Juan susurro – y como no iba a volver – cuando salí y vi mis piernitas de pollo descubiertas me acorde porque estábamos aquí, o porque yo estaba aquí… ¡no hay forma de que me hagan salir a nadar frente a las niñas en este traje de baño! - Los dos se quedaron en silencio, pero esta vez sonreían, sabían que se tenían el uno al otro por mas tortuoso que fuera, por lo menos hasta que acabara la clase de natación.


4.29.2010

Suicidio perfecto

El sol le pegó en la cara esa mañana de invierno frustrando su sueño, fue entonces que Alfredo Gómez decidió que era hora de acabar con su vida.

Era una idea que había estado trabajando desde hacía muchísimo tiempo atrás, pero cada vez que pensaba que ya había tomado una decisión, tenía una nueva esperanza que lo persuadía. Esta vez, ya se habían agotado y esperaba una última señal y el sol en su cara incomodándolo parecía la razón perfecta.
Había pues, en los últimos días, perdido su trabajo, ya debía 14 meses de alquiler y el ultimátum estaba dado. Su “novia” lo había dejado, le habían negado la visa para intentar una nueva vida en algún otro país. Su sueño de ser un reconocido poeta se había convertido en un estorbo, nadie reconocía su talento. Su perro lo había mordido y luego se había escapado, su baño estaba atorado y se había terminado el café. Alfredo se sentía una cucaracha. Peor que una cucaracha en verdad, porque a ellas, por lo menos, siempre las notaban. Él se había convertido en el ejemplo perfecto de un don nadie.

Había tomado una decisión, acabar con ese enredo, acabar con su vida.
Se paró entonces de su cama y caminó por el cuarto que no había saludado una escoba desde hacía ya 3 meses.
Daba vueltas dudoso, con las manos apretadas, sudando frio y con un vacio en el estómago. Esperaba desesperado que algo lo hiciera cambiar de opinión y volver a la cama. Espero. Nada pasó.
Fue después de unos segundos inmóviles que empezó a sonreír como nunca lo había hecho antes, tenía una idea, una muy buena, una que por primera vez no sonaba mal, es más, era perfecta.
¡Tendré el mejor suicidio de la historia! – gritó en su cuarto, y el rebote de su voz en las paredes sonó como una excelente idea. Alfredo Gómez había decidido tener una muerte que causara sensación, única, un suicidio espectacular, del que la gente hablaría por semanas, meses tal vez, o quién sabe, quizás, pensó Alfredo, lograría al fin ser recordado por algo. Una muerte tan romántica, tan poética que representaría toda la poesía que llevaba dentro y que nadie nunca quiso escuchar.

Su sonrisa ya no cabía en él, empezó a saltar, a bailar, a dar vueltas por todo su cuarto hasta marearse y caer en un rincón. Buscó entre la ropa del piso desesperado, de un pantalón sacó una pequeña libreta llena de apuntes de frases o juegos de palabras que en algún momento de ebriedad, después de tanto repetirlas, le llegaron a sonar “profundas”. Ni siquiera las miró antes de arrancarlas, solo las tiró y sintió alivio, como si fueran pedazos de él que arrancaba. En la última página que quedaba empezó a escribir su plan.

Tenía que ser simple, trabajado, pero que no parezca que lo había planeado, tampoco, que no le había dado la debida importancia. Lo primero era una carta larga de despedía al mundo, donde escribiera frases tan bellas que llegarían al alma. Demostraría que si había nacido para escribir, para ser poeta y quizás así al fin lograría que lo publicaran. Pensó también que tendría que usar ropa apropiada para las fotos de la prensa. Sabía muy bien que usaría, su terno gris, aparte de darle un toque sombrío a todo, era la única prenda limpia que quedaba en su armario. Anotó otras cosas como fotos de él, una representando cada etapa de su vida, por si querían hacer un documental o algo así. También, obviamente sus poemas, esos que siempre fueron tan rechazados y una vez muerto él serían admirados. Una flor para parecer más sensible, cigarros para dar un toque bohemio, una botella de ron para despertar curiosidad. Anotó también llevar sus documentos con él, para que no se demoraran investigando quien era aquel interesante hombre, cosas básicas, pensó, que alguien siempre llevaría consigo: DNI, partida de nacimiento, certificado de vacunas.
Ahora le faltaba lo más importante, el cómo. Pero Alfredo ya había meditado tantas veces la idea que tenía múltiples opciones.
Pensó que la más poética sería cortarse las venas con un pequeño cuchillo de plata que le regaló su papá cuando él era todavía un niño, eso también estaba escrito en su carta de despedida, para motivar más al llanto claro. Pero la verdad es que sé moría de miedo de una muerte tan larga y dolorosa, así que decidió hacerlo pero solo “por encima”. Lo que causaría realmente su muerte sería veneno de ratas, eso si vendía. Pero tampoco le cuadraba morirse en su casa, porque para el número de visitas o llamadas que recibía… seguro nunca encontrarían el cuerpo. Entonces le quedaba la ultima opción, el tirarse de un precipicio.

Estaba todo decidido. Mientras escribía la carta de despedida (que no salió tan emotiva como esperaba), feliz se imaginaba cómo reaccionaría la gente, como su suicidio sería único en la historia “mundo pierde gran poeta” se imaginó en los titulares de los periódicos, en primera plana, interrumpiendo las novelas en el canal 2 para dar tan trágica noticia. Al fin sería reconocido, al fin hablarían de él, no podía con la emoción, sentía que su corazón iba a salir por su boca dando saltos, pero no, lo necesitaba dentro de él latiendo hasta tener todo preparado. Lo único que faltaba eran unas cuantas lágrimas por el papel, que corrieran un poco la tinta, para llevar todo esto a otro nivel, pensó, pero no tenía ganas de llorar, estaba demasiado contento. Las dejaría para después, sabía que en el momento las lágrimas serían su mayor compañía.

Se puso su terno gris, metió los documentos en sus bolsillos, actuaba pero el mundo se había detenido para él, solo lo dominaba un increíble placer de poder estar apunto de vengarse del mundo que lo había tratado tan mal.
Acomodó como hipnotizado todo lo que tenía anotado en una pequeña caja de madera que dejaría en el lugar del que saltaría y salió de su casa sin mirar atrás.

Caminó hasta el malecón de Miraflores, porque estaba cerca y porque en el camino había decidido que era demasiado sensible (o cobarde) como para saltar de un precipicio, y había decidido acabar su vida con una sobredosis de pastillas al aire libre. Como no tenía ni un sol para comprar alguna, su solución fue tomar todo lo que encontró en su baño: algunas muestras gratis de redoxón, pastillas panadol, un frasco de doloral, aseptil rojo, un par de antidepresivos que ya habían expirado, un frasco de alcohol etílico y algunas cosas más que ni siquiera revisó.
Se paró frente al mar y abrió los brazos para sentir el aire, aspiró muy fuerte para respirar por última vez la brisa marina y fue entonces que un asqueroso olor a harina de pescado se le impregnó en los pulmones, si necesitaba una señal más, esta era, el mundo lo odiaba.
Volvió a mirar con odio al mundo y repasó: se “cortaría las venas” con el pequeño cuchillo, luego se tomaría su botiquín y el mareo lo haría caer por el pequeño precipicio del malecón y ahí terminaría su vida. Acomodó las cosas en la cajita y prendió una vela al costado (rogando no se apagara por el viento) como para llamar la atención de algún peatón. Todo listo.

Faltaban solo las lágrimas en la nota. Y empezó a pensar en lo que pasaría para conseguir unas cuantas pero solo se excitaba con la idea cada vez más. Miró directamente al sol por un minuto sin pestañar, pensó en cosas horribles, cantó canciones de amor. Nada lo hizo llorar. Sin lágrimas sería entonces, pensó, nada lo iba a detener. Sacó el cuchillito y segundos antes de realizar el primer corte una voz lo desconcertó – te vi tratando de llorar, usa mi gas pimienta, si quieres, yo ya no lo necesito – volteó y siguió con la vista la mano del hombre que ofrecía el útil frasco de gas pimienta y llegó hasta un pequeño hombre con terno gris que le inspiró toda la ternura que él nunca había inspirado. Tomó el frasco agradeciendo con la cabeza y trató de concentrarse pero sus ojos no podían dejar de perseguir a aquel extraño ser que se alejaba.

Harto de no poder concentrarse en su muerte, se paró y fue siguiendo el camino que el hombrecito había tomado. Escondido atrás de un árbol pudo verlo bien. Al costado de este, una caja con una carta con la tinta un poco corrida por las lágrimas, un libro de poemas encima, algunos cigarros, fotos, una flor, una botella de ron y dos velas. En sus bolsillos, se veían documentos de identidad metidos a la fuerza, en sus manos, un pequeño cuchillo y unas cuantas pastillas regadas por el piso.
Alfredo se alejó sin cambiar su expresión, decir o pensar una sola cosa, recogió su caja de madera y empezó a caminar con dirección a su casa.
-Putamadre-dijo al fin, dejando salir todo su lenguaje poético, sabía que ese, el del pequeño hombre, era el suicidio perfecto – él tenía dos velas, por si acaso.